Todos intentan lo mismo: que el Titanic no se hunda. Y todos saben que, si cayera la Italia de Berlusconi, también los viajeros de primera clase se hundirán. Son las horas decisivas para la Unión Europea, y Alemania decide los tiempos, las formas, los números. Francia va por detrás, tratando de poner algo de humanidad y calor donde Berlín solo ve trileros, derroche, indisciplina y una crisis política que solo se resuelve con más política y más austeridad.
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