A los dos días de recibir el ansiado carné, Marco Simoncelli llegó a casa, se subió a esa BMW que tanto tiempo llevaba esperándole en el garaje y le dio rienda suelta a su gran pasión: la velocidad. Tal era la emoción que le embargaba que no debió darse cuenta de que la carretera de doble sentido por la que circulaba estaba dividida por dos pedazos de líneas continuas más anchas todavía que las gomas de su moto. Tampoco debió ver que unos pocos metros más adelante había un cruce ...
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