La Sociedad General de Escribanos y Copistas se constituyó en el siglo XV con el fin de velar por el destino que los manuscritos que salían de los monasterios fueran vendidos a un precio fijado y que los monjes recibieran un pago por el trabajo. Lamentablemente, un desaprensivo, un tal Gutennosequé, inventó una máquina que era capaz de realizar el trabajo de estos benditos monjes con mayor fidelidad y a un coste mucho menor. Como era de esperar, la SGEC se le echó encima. Como eres un lector/a avispado/a, ya te darás cuenta a donde quiero ir.
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