Se llama Ludvínia. Está demacrada, enferma, cansada, pero no para, no puede parar. Contemplando sus arrugas, nadie le echaría menos de 70 años; tiene 61. Su cuerpo mantiene, sin embargo, una agilidad casi juvenil. Practica un deporte radical: el de la supervivencia en las peores condiciones imaginables.
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