Cuando Gallardón se llevó la alcaldía al edificio de Correos, de repente la solemne arquitectura cobró una atmósfera de película de terror. Por las noches, al pasar por ahí, algunos taxistas se santiguaban, se decía que había ratas correteando por los pasillos y a nadie le extrañaría si de los techos colgaran murciélagos.
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