En 1915, los estrategas germanos ya tenían clara una cosa, y es que la guerra de trincheras no solo suponía un número de bajas intolerable, sino que la artillería y las ametralladoras habían logrado inmovilizar a ambos bandos en sus posiciones. Los frentes se habían convertido en líneas estáticas en los que cientos de miles de hombres se habían tenido que enterrar para mantenerse relativamente a salvo y, lo que era peor, los intentos por avanzar se convertían en dantescas masacres ...
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