«Lo más raro que me han pedido es jugar al ajedrez desnudo y hacer las tareas del hogar». Ésta es una de las confesiones de Pepe, el nombre ficticio de un joven treintañero que hace más de una década vio en la prostitución un buen negocio para obtener dinero fácil. O eso creía, que iba a ser fácil... «Todas mis clientas tienen entre 50 y 70 años y tengo que pensar en otras mujeres para excitarme», asegura este murciano, que nunca sería identificado como ‘gigoló’ por su aspecto, ya que físicamente es un chico normal y corriente.
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