Tamayo, vista la actuación de los obispos en estos últimos años, opina que, efectivamente, el Gobierno fue –y sigue siendo– rehén de la Iglesia católica. Cuanto más se manifestaban y gritaban las huestes episcopales en los espacios públicos –nuevos púlpitos del integrismo católico–, y en la fundamentalista radio episcopal, más privilegios recibían del Gobierno. Todo ello en contra de los principios de laicidad, igualdad y no discriminación, y ante la incomprensión de muchos socialistas, de creyentes de otras religiones y de no creyentes.
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