Sucedió el 30 de octubre de 1838. Un temporal en el Mediterráneo obligó al capitán de la goleta a buscar un puerto cercano para guarecerse hasta que amainara. El más próximo era Cartagena. Lo último que debieron contemplar los marineros antes de que se hundiera el barco fueron las sierras del litoral cartagenero. Porque allí se hundió Beatrice
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