Creada por los propios ciudadanos, la élite política, pagada a diario con sangrantes impuestos, se encarama a la cima del poder con tanta fuerza y prepotencia que inmediatamente comienza el proceso de desprecio a los que les han aupado al pedestal. Sus vasallos empiezan a molestar, entorpecen el tráfico de sus comitivas, les importunan sus preguntas.
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