Un hombre casi anónimo, desde una habitación de bibliotecas revueltas en su apartamento de la calle Yi, en Montevideo, investiga y pergeña historias de palabras, y desde una computadora con el mouse en un cajón del escritorio envía por correo electrónico a más de 200 mil personas el fruto de su investigación. Expliquemos un poco: salvo para absolutos fanáticos, leer un diccionario de etimología no es el mejor plan para pasar una tarde.
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