Tras el mortífero terremoto en una ciudad predominantemente tibetana la madrugada del miércoles, matando al menos a 1.400 personas, el liderazgo chino ha tratado la catástrofe como una emergencia doble, una crisis humanitaria a casi tres kilómetros sobre el nivel del mar en la remota provincia de Qinghai, y un examen de la capacidad del Partido Comunista para mantener a raya a los disidentes tibetanos. Una de las quejas más persistentes es que los esfuerzos se centran en los grandes edificios, dejando abandonadas las casas de adobe.Inglés
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