La idea se le ocurrió a Nathan Eagle, un investigador del Instituto de Tecnología de Massachusetts, cuando estuvo una temporada enseñando en zonas rurales de Kenya. Se dio cuenta de que, como las tres cuartas partes de los 4.600 millones de usuarios de teléfonos móviles en todo el mundo viven en países en desarrollo, una pieza útil de la tecnología estaba siendo puesta en manos de un gran número de personas que podrían estar dispuestos a utilizar sus dispositivos para ganar algo de dinero.
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