Juan Carlos I abrió los ojos en la cama. Estaba completamente desnudo y no recordaba nada de la noche anterior. Notó un sabor herrumbroso en la boca. Era sangre, pero no era suya. Se incorporó trabajosamente en el colchón. A su lado descansaba el cuerpo sin vida de una joven negra. Otra vez. El monarca le apartó el pelo para verle la cara. No pasaría de los veinte años.
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