Una multitud se agolpa en torno a una cabaña de madera. Un hombre ataviado como un herrero medieval sostiene una espada corta, un gladio, la espada reglamentaria de los legionarios de la antigua Roma. "Esta espada es el arma que más vidas había arrebatado hasta la I Guerra Mundial", dice mostrándola a su público, que le observa con atención. La hoja, tan cortante y letal como la que manejaban los legionarios, ha salido de la forja del hombre que la sostiene. Es Antonio Arellano, el último de una larga estirpe de artesanos espaderos de Toledo.
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