No suelo apostar dinero en juegos. Pero cuando El Máquina II me dijo de apostarnos cincuenta euros al Trackmania, no quise rechazar su regalo. No es que yo sea tan bueno jugando a eso, es que él se estrella sí o sí hasta con las rayas del suelo. Y pagó religiosamente. Poco sospechaba yo que iba a vengarse tan pronto.
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