Tal vez podría escribir ahora lo que viví allí con ellos, aquella madrugada en Ixtepec, al sur del sur de México, esperando a que llegara el imponente tren de carga que los habría de conducir hacia Estados Unidos o hacia la muerte. Tal vez podría hacerlo, recordar a Arelí, una muchacha mexicana de ojos verdes que anotaba pacientemente, madrugada tras madrugada, los nombres de las mujeres y de los hombres que se disponían a cruzar México.
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