Hace poco me dio por participar en un portal de Turismo rural y, aunque se trata de un negocio hostelero como cualquier otro, la verdad es que ofrece mejores anécdotas que la mayoría en los que he participado.
La clave creo que está en el encuentro entre el medio rural y la ciudad, algo que nos divide más de lo que pensamos. Cada cual lleva su condescendencia puesta, y cada cual trata de reírse del otro lo mejor que puede, conservando casi siempre las formas y el buen rollo, clave del negocio.
La última anécdota que escuché esta tarde se refería a una casa rural que no mencionaré en medio del quinto carajo, por aquí cerca, en las montañas leonesas.
Era Febrero, oscurecía las seis y pico. Había nevado con dos cojones, como nieva por estos montes cuando la cosa viene torcida, y a eso de las nueve se fue la luz. La alcaldesa llamó a todos los servicios técnicos y, en todas partes, por la cosa de la nieve, le desearon buena suerte. Ya irían cuando escampase. Porque el helicóptero está para cosas serias, vaya.
Los lugareños, mineros primero, y recios montañeses después, se encogieron de hombros, pero un grupo de nueve madrileños que estaban en la casa rural parece que se lo tomaron de otro modo, porque al día siguiente, cuando las quitanieves despejaron la carretera lo justo para que pudieran volver a su Metrópolis, el dueño de la casa se encontró como treinta dientes de ajo, todos los que había, repartidos por las ventanas.
El hombre debería, quizás, haberse encogido de hombros y callado, pero no pudo menos que llamarlos para saber si había pasado algo: Y sí, había pasado algo.
-Oscuridad
-Silencio.
-Imposibilidad de ver la tele.
-Imposibilidad de usar el móvil (los apagones afectan a las antenas que dan cobertura).
-Ninguna radio a pilas.
-Ninguna linterna.
-Desde las siete de la tarde con velas.
-Perros aullando en la calle (sic).
-Voces (vecinos que fueron al bar de todos modos)
En resumen: acojone generalizado, y seis adultos y tres niños poniendo ajos por las ventanas, por vete a saber consejo de quién.
Y luego nos quejamos aquí de que alguien enfermo, al cabo de sus energías físicas y mentales, se acabe entregando a la homeopatía.
¡Manda huevos!