Ni la décima potencia católica del mundo, Argentina, ni la antigua "hija predilecta " de la Iglesia, Francia, han logrado en los últimos meses que el Vaticano aceptase como embajadores ante la Santa Sede a los candidatos inicialmente propuestos por sus respectivos gobiernos. La condición de divorciados u homosexuales de los aspirantes se ha erigido en un obstáculo insalvable para que Benedicto XVI les dé el plácet.
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