Mediodía, calle Misericordia, comedor social de San Juan de Dios. Una docena de personas espera en el zaguán. El conjunto es variopinto y monolítico a la vez: apenas hay un par de mujeres, pero los estratos sociales no apuntan sólo a la clase obrera. Aquí hay profesores, médicos y arquitectos. Todos son víctimas de la crisis, del paro de larga duración, de unas prestaciones menguantes, de la mala suerte. Todos necesitan cosas demasiado básicas para el primer mundo: una ducha, unos zapatos, un almuerzo.
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