Frecuentemente me pregunto y les pregunto a otros si la vida se vive o se escribe; tal cuestión va dirigida no a confundir al oyente, sino a tratar de entender la mente de quien me interesa como interlocutor. Si escucho un apasionado “la vida se lee”, quien me habla recibe en mi lista de amores un punto a favor, pero si oigo un “la vida se vive”, entiendo prejuiciosamente que la literatura es, frente a la practicidad de la vida, una pérdida de tiempo y por lo tanto me gano una puñalada en el corazón. Aunque la respuesta más inteligente...
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