No tiene identidad ni nunca la ha tenido. Sus padres no le registraron cuando nació y un cúmulo de desgracias provocó que lleve 23 años siendo un fantasma. No puede votar, ni conducir, ni viajar, ni ir al médico, ni abrir una cuenta en el banco... pero lo que más le duele es que su hijo no puede llevar sus apellidos. Tiene las obligaciones de cualquier ciudadano pero carece de todos los derechos básicos.
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