[...] Siempre creí, verbigracia, que el Manolo clásico de tripa cervecera y puticlub, heredero de aquel macarra de playa sesentón –maricona colgada de la muñeca y bañador slip leopardo–, era modelo definitivo, acabadísimo, de nuestras esencias. Que nada podría sustituirlo en mi corazón. Pero erraba. Hace tiempo, lo noto, que otros nuevos afectos me rondan el órgano. [...] Me encontré por la calle a una pareja de jóvenes [...] y lo que primero oí fue la música, que atronaba la calle [...]. Luego asesté pupila: él y ella. Poligoneros de manual.
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