Si bien se podrían aducir algunas razones sociológicas para la asombrosa proliferación de las historias con muertos vivientes en los últimos diez años —y no pocas de ellas tendrían que ver con la crisis en la que estamos inmersos desde 2008— lo cierto es que poco importan éstas cuando lo que ha terminado derivándose de ellas es la posibilidad de leer éste o aquél cómic o éste o aquél libro, asistir al cine o bien sentarnos en la comodidad de nuestro salón a pasar un mal rato de mano tanto del insaciable apetito por la carne humana que tienen es
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