“Antes queríamos hacer muchas cosas. Hoy queremos ser demasiadas cosas”. La frase, atribuida a Margaret Thatcher, sintetiza el enorme cambio que ha tenido lugar en Occidente. Hoy los sentimientos, los deseos se imponen a los hechos, alumbrando aspiraciones que rápidamente los políticos convierten en derechos.
Los ataques frontales a la libertad de expresión, con la excusa de la defensa de sensibilidades de colectivos supuestamente oprimidos, nos conducen, irremediablemente, a la necesidad de defender la libertad de expresión a ultranza. Y es que, si la condena ciudadana o la argumentación intelectual se llevasen a cabo por cauces serenos, no haría falta que siguiésemos discutiendo sobre si tenemos derecho a ser malas personas, irreverentes o polémicos.
Estimada señora: Le escribo para manifestarle, con todo respeto, la sorpresa que me ha producido conocer la autorización de la Dirección General de su Ministerio para inscribir un llamado sindicato de “trabajadoras del sexo”, eufemismo con el que eluden mencionar a las mujeres prostituidas.
La vicepresidenta del Consell analiza las posibilidades electorales de Compromís y la reedición del Botànic
Sacar a Franco de su tumba, crear una comisión de la verdad, un museo de la memoria… Todo va encaminado a avivar los odios calmados con la Transición.