Creo que la agricultura convencional ya debería hacer otro tipo de contabilidad, a costa de dividendos de accionistas e inversores, sumando a su cargo los costes medioambientales, sociales y sanitarios. La alianza entre ciencia, agroindustria, finanzas, política y medios de comunicación es potentísima, y cuenta con un gran éxito a su favor: supermercados llenos de comida barata y tiendas llenas de artículos a precios increíbles.
Es un mundo de consumo que resulta adictivo y hace a las personas y las sociedades dependientes (así nos va). Quien se opones a él,
es tachado de poco científico, poco informado o fuera del sistema que hace leyes para permitir los alimentos transgénicos o para señalar el límite de tóxicos que la población puede aguantar sin enfermar masivamente. La batalla de contrainformes es muy dura y los Monsanto tienen siempre las de ganar si aceptas que el mundo debe estar regido por científicos, economistas y políticos (bueno, aquí es donde estamos).
Creo que en este caso y sobre todo en las cosas de comer, el instinto, el sentido común, el placer y el amor por la vida y los humanos, deben pesar tanto como las razones científicas y económicas que tan cómodamente se mezclan en las legislaciones. Basta con decir sencillamente "no quiero eso en mi plato" por más que cumplan todas las normativas y alguien con bata blanca me diga «tranquilo, no seas ignorante, que no te pasará nada».
Sí, es más sencillo que todas estas sesudas discusiones: os digo que los transgénicos me parecen bien feos y que haré lo posible por no comprar las marcas que los utilizan.
Me gustan más los Mauricios que aparecen en este vídeo: http://www.huertos.org/2012/06/la-risa-tambien-se-cultiva/
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Creo que la agricultura convencional ya debería hacer otro tipo de contabilidad, a costa de dividendos de accionistas e inversores, sumando a su cargo los costes medioambientales, sociales y sanitarios. La alianza entre ciencia, agroindustria, finanzas, política y medios de comunicación es potentísima, y cuenta con un gran éxito a su favor: supermercados llenos de comida barata y tiendas llenas de artículos a precios increíbles.
Es un mundo de consumo que resulta adictivo y hace a las personas y las sociedades dependientes (así nos va). Quien se opones a él,
es tachado de poco científico, poco informado o fuera del sistema que hace leyes para permitir los alimentos transgénicos o para señalar el límite de tóxicos que la población puede aguantar sin enfermar masivamente. La batalla de contrainformes es muy dura y los Monsanto tienen siempre las de ganar si aceptas que el mundo debe estar regido por científicos, economistas y políticos (bueno, aquí es donde estamos).
Creo que en este caso y sobre todo en las cosas de comer, el instinto, el sentido común, el placer y el amor por la vida y los humanos, deben pesar tanto como las razones científicas y económicas que tan cómodamente se mezclan en las legislaciones. Basta con decir sencillamente "no quiero eso en mi plato" por más que cumplan todas las normativas y alguien con bata blanca me diga «tranquilo, no seas ignorante, que no te pasará nada».
Sí, es más sencillo que todas estas sesudas discusiones: os digo que los transgénicos me parecen bien feos y que haré lo posible por no comprar las marcas que los utilizan.
Me gustan más los Mauricios que aparecen en este vídeo: http://www.huertos.org/2012/06/la-risa-tambien-se-cultiva/