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Tenía casi trece años, y me gustaba un chico del colegio, se llamaba Eduardo, era el Dungeon Master de las partidas de rol. Me recordaba a Josema Yuste, el de Martes y Trece (...sí. Siempre he tenido gustos así). Hasta le escribí una carta y la dejé en su carpeta, diciéndole lo que sentía por él, pero al día siguiente me achanté y le dije que todo había sido una broma, que mis amigas me pincharon con el "no te atreves"... Otro de los chicos, cuyo nombre sí me lo callo, que jugaba al rol también, se enteró y un día, volviendo a casa por el parque, se hizo el remolón con los otros chicos y me preguntó si era verdad o no era verdad que me gustaba tanto Eduardo.... Me puse como un tomate, pero, como temía que le fuese a él con el cuento, le dije que no, que era mentira, que no me gustaba.
Me sentí muy cobarde, pero creo que el corazón se me paró cuando me contestó: "menos mal... porque no me hace gracia estar por una chica a la que le gusta otro". Me agarró y me besó. No cerró los ojos, y no fue en la boca, fue cerca, pero no en la boca. No duró ni un segundo, y se escapó corriendo. Yo tenía la mano levantada para darle un bofetón, pero me quedé literalmente helada, y no fui capaz. Estuve toda la tarde sin despuntar palabra, y mi madre, qué le pasa a ésta niña que está muy callada, a tí te han dicho algo en el colegio, te han regañado por algo, ha pasado algo... Los días siguientes, fueron terribles y preciosos a la vez. No nos atrevíamos ni a mirarnos, y yo no sabía si algo así tenía que contarlo a un profesor o a mis amigas, o callármelo, y elegí lo último. Ese viernes, las amigas nos quedamos hablando en el parque un rato, y le vi salir del colegio, de Fútbol, y me entró prisa por irme a casa. Me siguió y me alcanzó.
Nos escondimos de las demás y hablamos a solas. Me contó que llevaba tiempo estando por mí, desde inicio del curso (vamos, desde que me salieron tetas ), y yo le confesé que me había gustado el beso. Me preguntó si podía repetir, y yo le dije que bueno, pero si me prometía no contarlo a nadie. Aceptó y dijo "pero esta vez, un beso de verdad", me tomó de la cara y me besó. En los labios. Los tenía cortados y secos, olía a sudor, y su lengua era áspera y sabía como a gominolas... pero me gustó. Nunca había pensado que el corazón pudiera latirme con tal fuerza, que me hiciera daño. Me sentí muy rara... muy ligera, con ganas de reír, de jugar... de saber qué más había, si sólo un beso te hacía sentir así, ¿qué pasaría con... lo demás?
Años más tarde, leí una frase de un humorista que definió a la perfección aquéllos besos, tan inocentes como poderosos: "Un buen beso, es como una casa de dos pisos: todo lo que se hace arriba, resuena abajo"