Así es la vida, amigos. A un genocida corto de entendederas pero de maldad patente le pagan 2 millones de dólares por soltar estupideces, mientras que un médico, un ingeniero o el señor que cultiva la fruta que nos comemos las pasan putas para cuadrar su vida laboral con las pocas horas de ocio que les quedan y que emplean en preocuparse por su futuro incierto.