Somos capaces de distinguir más tonalidades de verde que de cualquier otro color. Tiene unas raíces profundas en nuestra historia evolutiva, biológica y ecológica. Distinguir entre hoja saludable y enferma o planta comestible y tóxica podía marcar la diferencia entre vivir y morir. Los conos sensibles al verde son los más numerosos y responden a una longitud de onda en el centro del espectro visible, permitiendo distinguir mejor las tonalidades de verde. Estudios neurocientíficos confirman que el cerebro dedica más recursos a procesar el verde.
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