AVISO: entraron cuatro gatitos en casa #1 ¡Se han comido todo el jamón! Tengo que comprar diez kilos de pienso para gatos en el Lidl. Ayúdame meneando el escombrillo.
Hace unos años reapareció un prometedor prototipo de vehículo de aire comprimido #2, una especie de huevo que rodaba por la calle con lentitud haciendo PTF... PTF... PTF... En aquel entonces estuvo claro que ese sería el automóvil de el futuro. Era necesario inundar las carreteras con coches de motores neumáticos que en ese momento, en el futuro, y más adelante, seguirían siendo lentos, de escasa autonomía y gran poder explosivo. Pero en ese momento, igual que en cualquier otro momento de las últimas décadas, urgía despejar la red de carreteras, y especialmente las ciudades, de los residuos de los combustibles fósiles. La contaminación nos estaba matando a mansalva, y sin embargo los grandes asuntos eran el terrorismo y un señor de Corea del Norte.
La contaminación mata y enferma más que todas las guerras juntas, pero siempre se trató como un problema de lujo, tema de documentales para niños y preocupación de runners escrupulosos, esa gente poco enrollada que se disgusta cuando enciendes un pitillo en el ascensor. Para los demás el humo era una parte normal del paisaje de nuestros ambientes. Con los coches de aire llenando las ciudades puede que hubiéramos tenido más años de vida, menos enfermedades feas y muertes mucho más llevaderas. Era una forma deprimente y aparatosa de intentar retrasar la muerte y el sufrimiento de miles de millones de seres humanos, que no sólo arruinaba la encantadora y disparatada quimera de viajar cada vez más rápido y más alto, quizá nos habría llevado a estadios de movilidad de principios del siglo pasado.
Cabe preguntarse si ralentizando el transporte de personas y cosas caería estrepitosamente el nivel de vida y el remedio no sería aun peor que la enfermedad. Nunca lo sabremos, porque hemos fabricado el mejor de los mundos posible #3, de modo que el sistema nos ha forzado a ser ignorantes activos sobre lo letales que son los hidrocarburos que mueven nuestros vehículos. Que el cani dejara puesto en marcha su coche debajo de nuestra ventana llenándonos la casa de eurodance y partículas de fueloiles fritas no significaba más que una molestia, al fin y al cabo los automóviles habían limpiado las calles de cocheros reaccionarios y mierda de caballo, y esa falta de consideración no resultaba tan fastidiosa como cuando el vecino echaba sobre nuestras cabezas el contenido de su orinal.
Respiramos smog sin preocuparnos, incluso sin percatarnos de que lo hacemos, de la misma forma que en el pasado paseábamos por las calles pisando mierda y esquivando las inmundicias que caían desde las ventanas. La intoxicación se asumió y sus efectos se ignoraron porque al igual que los antiguos podían haber estado más preocupados por la cosa del sobrevivir que por andar entre ríos de excrementos, y quizá encontraran inconveniente y hasta un poco loca la idea de levantar la calzada y hacer catacumbas para introducir los residuos, el urbanita actual tampoco se puede embarcar en un nuevo sistema que no le garantice que va a poder seguir repartiendo las pizzas en las mismas condiciones que le permiten trabajar y ganar el sueldo con el que costea la manuntención de sus gatos.