Se ponía en una esquina y cantaba ópera. Pero no un poquito, a pleno pulmón. Como sólo puede ser cantada la ópera, supongo. Hasta el punto de poder advertir desde lo lejos como, ya por su incipiente senectud o por lo álgido del pasaje, se le coloreaba el pálido rostro y se le tensaban las facciones. Era el señor loco que cantaba ópera en el metro, lo veías de vez en cuando. Aunque tal vez para su familia hubiera sido alguien más, un hijo o tal vez también un padre. Supongo que eso es la …