Muchos analistas geopolíticos, por no decir todos, teorizan que la confrontación última es de EEUU contra China. Qué duda cabe que los intereses nacionales juegan un papel muy importante, pero lo cierto es que algunos poderes del mundo son transnacionales.
Ver a China como enemigo último es el resultado de un análisis que a la postre se revela superficial, porque, ¿de dónde sale China?
Tras la segunda guerra mundial EEUU se hace con el control de Europa, pero aún les faltaba más de medio mundo. Fundamentalmente Rusia, China, Oriente Medio y África.
Nixon viaja a China para cerrar un frente y poderse concentrar en Rusia, la guerra fría termina como todos sabemos. Mientras tanto China, mediante la deslocalización de la producción de la industria europea y americana crece durante décadas a ritmos vertiginosos, hasta del 10% anual. Eso es más que duplicarse en una década, un país con mil millones de personas.
Mientras tanto la multinacionales se embolsan la mayor parte de los beneficios de esa deslocalización, hablamos de cantidades de dinero inmensas.
Es el capital europeo y americano el que crea la China que la conocemos actualmente, por más hábil que pueda haber sido la gestión del partido comunista. Ese capital apátrida que busca los máximos réditos al margen de cualquier tipo de interés nacional.
Y eso deja las cosas en una confrontación entre los diversos intereses nacionales y los intereses transnacionales, estando los primeros en desventaja por el hecho de hallarse fraccionados y limitados es su esfera de influencia, en su zona operativa.
Afirmar que China es el enemigo es ignorar sus orígenes. El caso de Ucrania es un ejemplo palmario, son en realidad los intereses del capital internacional los que tratan de imponerse, y tienen a las élites europeas y norteamericanas en nómina, antes que los de sus poblaciones.
Hay una traición absoluta de las élites a sus poblaciones, a las que están dispuestas a involucrar en conflictos armados con el mero objeto de hacer boyantes negocios.
Y no hay manera de sacarlos de ahí, la democracia resulta en su dictadura particular a través del control de los medios de comunicación, educación, etc.
La guerra de Europa y EEUU no está en realidad en intereses nacionales fuera de sus fronteras, es contra sus propias élites traidoras al servicio del capital financiero internacional.
Es como señalar la luna y mirar el dedo, China no tiene realmente un papel determinante en los flujos de capital extranjero que la ponen a la cabeza de las capacidades productivas, esa decisión que desarticula tales capacidades en EEUU y Europa es de los propios capitales.
Y probablemente sin mayor visión estratégica que el mero beneficio: cuanto más mejor y cuanto antes mejor. Del mismo modo que las élites traicionan a las poblaciones por el mero beneficio personal. El enemigo está dentro. Y fuera sí, al fin y al cabo terminan configurando intereses transnacionales a los que no cabe enfrentar de forma descoordinada por parte de ningún poder nacional.
De ahí la necesidad de la libre circulación de capitales: huir de la democracia. Lo mismo que la necesidad de paraísos fiscales. No son tan diferentes a los piratas que ocultaban su botín en islas caribeñas. Y desde luego no son invencibles.
Pero tienen mucho dinero y la capacidad de comprar muchas voluntades, hasta el punto de dejar a los pueblos del mundo desprovistos de cualquier liderazgo que vele por sus intereses.
Así que no, el problema no es realidad China. Lo que ha dejado a Europa y EEUU en la situación que están es la persecución de la generación de beneficios al margen de ninguna otra consideración. No es ningún plan maestro, es una caótica carrera de ratas.
Y buena parte de su negocio es enfrentar intereses nacionales los unos contra los otros, las guerras siempre tienen una ganador: el que vende las armas, y si es a ambos bandos, mejor. Mientras tanto las naciones quedan destruidas. No tienen el menor escrúpulo en hacer negocio con los muertos.
La guerra real hoy en día es entre economía productiva y economía financiera. Napoleón tenía muy claras las tres cosas que se requerían para ganar una guerra: dinero, dinero, dinero. Y, por más cierto que fuera en su contexto, resulta de nuevo en un análisis superficial. Porque el dinero sirve para comprar cosas y de nada sirve si nada puede comprar. La producción es la clave. Y el dinero sólo es un medio para intercambiarla.
Lo cierto es que no puede haber economía financiera sin economía productiva y al revés sí. Ésa es la jerarquía. El dinero forma parte de un pacto social, de un contexto tan omnipresente que podemos llegar a dar por descontado, cuando en absoluto está garantizado.
La vieja lógica de la confrontación de intereses nacionales está obsoleta. Son los elusivos intereses del capital financiero los que orquestan tales conflictos, a mayor gloria de sus beneficios. A mayor gloria de su dios. Apátridas sin fe ni ética, han modelado las sociedades occidentales a su imagen y semejanza, y a su medida: un mercado donde todo está en venta y donde ellos tienen la llave maestra.
Ése y no otro es el enemigo de los pueblos del mundo. Y es el mismo que puso las balas que trataron de sacar de la carrera presidencial de EEUU a Trump. Que, con sus mil y un defectos, no es un hombre del sistema como el Macron de los Rothchild u otros tantos de Goldman Sachs.
China no es el enemigo, China para ellos es lo que ha sido hasta ahora, el siguiente negocio.