Observe atentamente la foto, querido lector. Sin duda es fácil reconocer la hoz y el martillo, un símbolo de la unión entre proletarios y campesinos popularizado en todo el mundo como emblema de los partidos comunistas presentes en muchos países. Su pequeño tamaño es evidente comparándolo con la moneda que lo acompaña, pero esta última no es buen indicativo de su valor.
Ese símbolo comunista fue fabricado clandestinamente durante la guerra civil en los talleres ferroviarios de Valladolid. La fabricación fue totalmente artesana y la pieza es en consecuencia única, lo cual le confiere ciertamente un gran valor. Sin embargo, su auténtico valor proviene del hecho de que la persona que la ideó y confeccionó puso en juego su vida. El golpe de estado fascista triunfó desde el primer día en Valladolid y cualquier defensor de la legitimidad republicana estaba en peligro. Si le hubieran descubierto en esa tarea, su vida no habría valido nada.
Se deduce de lo anterior que este obrero con evidente habilidad manual no tuvo ocasión de defender con las armas su ideología frente a los sublevados fascistas, si bien estaba dispuesto a poner en peligro su vida.
Es un ejemplo de la lucha antifascista del PCE desde el primer momento del golpe de estado. Una lucha que desde entonces se entendió siempre en favor de la libertad y emancipación de los explotados y oprimidos. Esa defensa de la libertad fue la que hizo que se abandonara el estalinismo en 1957, una vez evidenciadas las terribles masacres a las que había dado lugar en la Unión Soviética la dictadura personal de tan siniestro personaje. Posteriormente, se abandonó la lucha revolucionaria y la dictadura del proletariado en los años setenta; se adoptó lo que se dio en llamar eurocomunismo, una tendencia ideológica de los partidos comunistas de algunos países de Europa occidental que empezó a fraguarse a partir del rechazo de la intervención militar soviética en la primavera de Praga.
Así la cosas, en el momento de la muerte del dictador fascista Franco, el PCE era un partido ideológicamente indistinguible de un partido socialdemócrata europeo. Aceptaba el juego electoral, la representación parlamentaria y la democracia partidista como vías para llegar en el futuro a una sociedad sin clases.
Esta es la situación que yo encontré al interesarme por la política durante los años de la transición. Entiéndase que, si bien ideológicamente el PCE había evolucionado hasta ser casi indistinguible del socialdemócrata PSOE, en la práctica el PCE conservaba una poderosa organización implantada en toda España que era la punta de lanza de la lucha antifranquista, algo que el PSOE no tenía en absoluto.
Sin embargo,40 años de dictadura franquista, iniciados con terrible represión y exilio de todos los luchadores republicanos, habían dado sus frutos propagandísticos. Para gran parte de la población española, los comunistas eran casi equiparables a demonios. La legalización del PCE era inevitable para dar una sensación de auténtica de libertad durante la transición, pero el precio que se le exigió fue muy grande, incluso cruel para la inmensa mayoría de sus militantes en el interior. Santiago Carrillo, entonces secretario general, aceptó la monarquía instaurada por Franco, y la bandera e himno franquistas como símbolos del estado. Eran condiciones sine qua non para la legalización, la única manera de apaciguar al ejército franquista que en ningún momento fue depurado.
La legalización del PCE era inevitable para dar una sensación de auténtica de libertad durante la transición, pero el precio que se le exigió fue muy grande, incluso cruel para la inmensa mayoría de sus militantes en el interior.
Después, el PCE se convirtió en defensor de la constitución del 78, algo que solo hizo una pequeña parte de la derecha heredera del franquismo, a pesar de que fueron los luchadores antifranquistas los que realmente cedieron en todo lo que se hubiera podido negociar.
El reconocimiento a todos estos años de lucha contra la dictadura y a estas cesiones ideológicas no llegó finalmente en las urnas, y el PCE pasó a ser un partido minoritario. Más aún, el relato franquista de los comunistas como culpables de la guerra civil pasó al imaginario de gran parte de los españoles y ha pervivido hasta hoy en la mente de muchos españoles. Eso explica que un partido heredero ideológicamente de la dictadura franquista se haya permitido una ofensiva que ha llegado al parlamento europeo por la sencilla emisión de un sello de correos con la hoz y el martillo y los colores de la bandera republicana, causando risas entra la inmensa mayoría de los parlamentarios. Incluso una supuesta asociación de abogados de ideología claramente nacionalcatólica pidió a la justicia suspender su venta. La venta fue inicialmente paralizada, pero las razones para la suspensión fueron finalmente descartadas por la juez encargada del caso.
Más aún, el relato franquista de los comunistas como culpables de la guerra civil pasó al imaginario de gran parte de los españoles y ha pervivido hasta hoy en la mente de muchos españoles.
Parece pues que, 86 años después de que fuera fabricado el de la foto, el símbolo comunista de la hoz y el martillo puede ser impreso legalmente en un sello de correos y, desde luego, sin necesidad de jugarse la vida. Pero los herederos ideológicos de los fascistas persisten en imponer la visión de la historia que nos quiso legar la dictadura franquista. Para ellos, los fascistas eran los buenos, y los antifascistas los malos. El mundo al revés.
Salud y República.