Hannah Arendt no hacía prisioneros a la hora de referirse a aquellos votantes de ultraderecha que se veían atraídos por los cantos de sirena de los totalitarismos. Los definía como The mob –la chusma o el populacho–, y los unía a la élite en una extraña alianza nacionalista. No los exculpaba, no los justificaba, los estudiaba y culpaba con dureza por sus decisiones. Todas sus conclusiones se encuentran en Los orígenes del totalitarismo y no caía en ese paternalismo que trata como menores de edad a quienes eligen cuál es su opción política.
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