Los datos muestran con crudeza que la entrada de España en el euro no ha generado un crecimiento diferencial respecto al resto de socios, y tampoco ha servido para mejorar la estructura del tejido productivo. De hecho, la industria ha perdido peso en el PIB durante estas décadas cediéndolo a los servicios, en muchos casos, de bajo valor añadido y empleos precarios.
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