De tantos golpes, apenas puede ya abrir un ojo. Aterrorizado, escudriña su alrededor. Está atado y amordazado en un pequeño solar. A un lado, un bidón de gasolina; al otro una zanja abierta en la tierra. Ibrahim —nombre ficticio, cuerpo menudo y apenas 14 años de edad— tiene claro que su captor quiere quemarlo vivo. Aprovecha un descuido y echa a correr malherido y aturdido por los carriles de El Zabal, una barriada rural de La Línea de la Concepción (Cádiz). El adolescente ha estado a punto de purgar un robo con su propia vida.
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