Con este nombre olvidado se conocía a los puestos callejeros de bebidas para quitar la sed que tuvieron su esplendor en la primera mitad del siglo XX cuando solo en Madrid se contaban hasta 300 aguaduchos. Eran construcciones efímeras que se montan y desmontan según los tiempos que imponga el calor veraniego (y las ordenanzas municipales). La mayoría, propiedad de familias alicantinas y valencianas. Y lo hicieron con dos de las bebidas levantinas más refrescantes: la horchata y el agua de cebada. De todos ellos hoy solo queda el de los Gelabert
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