En pocos días, se mezclan tres eventos. En primer lugar, la ridícula polémica de ida y vuelta sobre Vox, Blas de Lezo y los recientes premios Goya. Cuando los políticos de ese partido piden a los cineastas que hagan películas de De Lezo y la gente del mundo del cine los manda al carajo (en cierta medida, es comprensible). La sandez es considerable: primero, pensar que hacer una película sobre un hecho histórico significa que vaya a tener la visión que se desea; segundo, que la gente del cine, compre ese punto de vista con sus respuestas.
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