En 2012, Savita Halappanavar, una dentista casada de 31 años, se presentó en el Hospital Universitario de Galway, en Irlanda, con dolor. Estaba embarazada de 17 semanas y había tenido un aborto espontáneo. Según relató el marido de la doctora Halappanavar, el personal del hospital le dijo que no era posible salvar el embarazo, pero se negaron a intervenir porque el feto aún tenía latido. Le dijeron que su única opción era esperar. Tuvo fiebre. Para cuando el latido del feto se desvaneció, ella tenía un fallo orgánico.
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