La política internacional se suele contar como una historia de buenos y malos, al lector le toca discernir si más que las maldades ajenas son ciertas las bondades propias. No hace falta ser un admirador de Putin para entender que para Rusia es inadmisible tener la presencia de uniformados del Pentágono a unos centenares de kilómetros de Moscú, como lo sería para Estados Unidos contar en su frontera mexicana con tropas rusas. Por bastante menos se desencadenó la crisis de los misiles de Cuba en 1962.
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