pero que habían ahorrado para la ocasión. Invité a mis amigos del instituto, que me aseguraron que irían, hice una tarta y me arreglé. Habíamos quedado a las 17. Conforme pasaban los minutos, me iba sintiendo más triste. Fue a las 19.30 cuando mi madre me llevó a casa entre lágrimas mientras el dueño del restaurante le perdonaba a mi padre la reserva y les devolvía la señal. Creo que le dió demasiada pena. Mis supuestos amigos se rieron el lunes comentando lo bien que lo habían pasado el fin de semana e ignorándome. Pensé que era lo peor que p
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