Para construir un país que respete el orden, la decencia y la dignidad de las personas y los valores tradicionales no debemos gobernar como lo haría el Dios del Antiguo testamento. En política es fácil confundir los medios con los fines. En los debates a ambos lados del Atlántico no es inusual ver a dirigentes y legisladores defender con vehemencia medidas, regulaciones o políticas concretas como si fueran un bien en sí mismas, sin pararse a pensar sobre sus efectos.
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