Matteo Salvini tiene ya todo lo que nunca se atrevió a soñar hace un año: tensión, un 40% de apoyo en las encuestas, una popularidad a prueba de bombas y varias excusas diarias para tumbar el Gobierno. Sin embargo, no se atreve a dar el paso. El ministro italiano del Interior duda de las encuestas y de los cocineros que se las sirven cada mañana y le prometen un Gobierno en solitario. Le aterroriza la idea de que le cuelguen el sambenito de haber dinamitado el Ejecutivo, un estigma que en Italia se paga irremediablemente en las urnas.
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