El vendedor de enciclopedias entraba en un hogar impoluto, se recostaba con confianza en el sillón de escay preparado expresamente para recibir a visitas importantes y nos explicaba tranquilamente que el saber podía quedarse a vivir con nosotros. Que el estante del mueble del salón podría ser ahora habitado por diez, doce o hasta veinte volúmenes, lujosamente encuadernados en piel de primera calidad, con más de trescientas fotografías a todo color, gráficos y dibujos.
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