La idealización tiende a aplicar el “mito del buen salvaje” al fenotipo del “buen pobre”, con todos los tintes del infantilismo rousseauniano. Esta visión, cargada de prejuicios, lanzada desde la distancia y el desconocimiento, reduce a las personas que carecemos de recursos a ser unos eternos menores de edad, ingenuos e inmaduros. Somos “negritos”, “gitanitos” y “pobrecitos”. La etapa adulta es cosa de blancos con buenos sueldos. Como en esas ficciones de Hollywood.
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