La lengua me traiciona. Por gracia o desgracia de la vida, yo vivo en un distrito costero de la Ciudad de Gaza, en el undécimo piso de un edificio de doce plantas, con mi familia: mi esposa, dos hijos de diez y cuatro años y una hija de ocho años. Estábamos cenando cuando, de repente, estalló una explosion tremenda. Mis hijos brincaron de sus asientos, con gritos mezclados con un llanto histérico. Me miraron con ojos inocentes, casi diciendo: "Papá, haz algo por nosotros".
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