Decidí tratar de comprender los mundos de esos jóvenes, pero sin centrarme específicamente en la violencia. Quería fotografiar a los individuos y los entornos en los que viven. Pasé tres años retratando a tres pandillas regiomontanas: los Químicos, los Pokos y Los Coyos. Conocí a personas que siempre me trataban con respeto, y que con el tiempo se volvieron buenos amigos y compañeros. Sin embargo, sus problemas son predecibles: viven en un contexto donde hay oportunidades limitadas para una buena educación o trabajo estable y bien remunerado.
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