La primera impresión que tiene cualquier visitante que llega a Budapest es que está en una ciudad a la altura de cualquier capital de cualquier Estado miembro de la Unión Europea. Pero lo que se ve no se corresponde con la realidad. Si no hay mendigos, es porque la mayoría absoluta del partido gobernante, Fidesz, les prohibió dormir en el centro. Y con la política húngara pasa algo parecido. Se impone el iliberalismo de Viktor Orbán. Una democracia en la que se le recortan derechos civiles, con el fin de fortalecer el poder del primer ministro.
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