Nos enfrentamos a un problema sin solución benigna. O frenamos la intervención y dejamos que las burbujas exploten, admitiendo la entrada en una grave recesión-depresión, o nos arriesgamos a seguir inyectando dinero al sistema al modo británico, con el evidente riesgo de disparar aun más la inflación hasta llegar a una hipotética hiperinflación, si se pierde la confianza en la moneda. Y después de la decisión que se adopte, queda lo peor. El decrecimiento energético inmisericorde, después del fracaso de la transición energética.
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