El caso parecía rutinario. El juez de lo Social debía resolver un pleito en el que una de las partes alegaba una lesión que limitaba la capacidad de andar y, por tanto, de realizar su trabajo como peón de la construcción, mientras que la otra aportaba una prueba médica que sostenía lo contrario. Nada fuera de lo normal si no fuera por lo que ocurrió dos horas después del juicio, cuando el magistrado coincidió de forma casual con el supuesto inválido en la estación de tren.
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